Casi dos años desde tu desaparición.
Hemos estado ansiosamente preocupados. No avisaste, solo te fuiste, como de costumbre.
Sin notas, sin mensajes, sin señales de hacia dónde o por qué. Me da la impresión de que no has ido lejos, por momentos aún te escucho por la habitación, aún haces esos ruidos de roedor con las puntas de los pies. Creo que vienes de vez en cuando.
Te vas y así como te vas, de pronto vuelves de la nada. Y llegas así, con poesías y promesas de nuevos y cálidos vientos. ¿De dónde vienen esos vientos? ¿Acaso los secuestraste de alguno de los vientos del sur?
No sé por qué volviste, pero me da gusto tenerte de nuevo por aquí. Sé que no vienes para quedarte, sino simplemente a ver que todo esté bajo control. Igual me da gusto saberte de nuevo.
He dejado en la mesa galletas con chocolate, algo me decía que tu llegada sería hoy. También puse agua caliente en la tina y un jabón de violetas y azucenas, espero te sumerjas en el agua hasta cubrir tu cabellera entera y que el aroma de flores se te impregne hasta en las pestañas. Al salir, puedes dejar el agua tal y como está, servirá para perfumar la habitación en lo que llego.
Ya casi dos años de tu partida y ahora estás aquí. Tan cotidiano y al mismo tiempo tan repentino. Si acaso te vas otra vez, no es necesario que me dejes una nota de despedida o con una explicación, solo te pido que regreses de vez en cuando, cuando yo no esté, y dejes moronitas de pan en el piso para saber que estuviste por aquí. Es dulce saberte presente, que sigues con vida, que aún respiras, que no olvidas; o que si acaso olvidas, al menos los roedores me podrán siempre recordar a ti.
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