El paisaje comenzaba a percibirse como una acuarela pintada en cartulina, de esas a las “que sin querer” les caen gotitas de agua y las despintan, esparciéndose los colores como estrellas que se agrandan del centro para “ajuera”. Los ojos se mojaron despacito.
Hazle “de tripas corazón”, porque no debía sentir nadita más. Su boquita se frunció, se hizo chiquita, como “parando la trompita”, yo creo esperaba un beso: el prometido, aquel que se debían desde hace tiempo, mucho tiempo: años atrás. O probablemente alentaba a las palabras que sentía de corazón a que salieran, pero se quedaba a la mitad, mejor al inicio o tal vez antes de eso, porque nunca salió ninguna.
Respiraba… no, creo que no respiraba. Lo hacía tan lento que no se notaba, no podía hacer otra cosa, de lo contrario, el corazón se le saldría de un salto, si no controlaba su respiración, provocaría una taquicardia irreparable. Los latidos de su corazón lo harían moverse tanto y tan fuerte, que cualquiera –sobre todo él– se daría cuenta, podría escucharse hasta el otro lado de la avenida aún con todo ese ruido de autos que siempre había. No sólo sonaría tan fuerte, ese sería solo el inicio, después vendría un sangrado en el lado izquierdo del pecho, los latidos se palparían, saltarían a la vista. Hubiese terminado saliéndosele el corazón.
Sus manos apretaban fuerte. Oprimía sus dedos enroscados contra las palmas de sus manos, a puño cerrado. No lo hacía consciente, estaba alucinada. Sus piernas y en general su cuerpo se encontraba al parecer confundidos, a veces contraían y a otras se relajaban tanto que parecían colgar de ella –afortunadamente estaba sentada–.
Su cuerpo se inclinaba hacía el de él… pero despacito.
Nunca esa palabra había provocado tanto en ella. Nunca sus oídos la habían hecho sentir tan feliz. Él mismo se veía diferente, era otra mirada, otra la voz que le brotaba, las manos que aquel día buscaban las de ella, sus labios… sus labios… esos seguían siendo los mismos junto con su boca entera y su lengua, aunque casi lo olvida, por poquito lo olvidaba. Por eso, entre otras cosas, fue que repitió. No podría dejarlo así: verlo, escucharlo, olerlo, tocarlo y no besarlo.
Ese beso fue grandioso, enorme, pero no más que esa palabra: “Bonita”.
Bonita
Bonita
Bonita
El eco generado en su cabeza rebotaba de un lado a otro, del oído izquierdo al derecho y de regreso. Del oído al cerebro, de ahí al corazón, donde se mezclaba con su sangre y recorría todo su cuerpo en ella, viajó hasta el resquicio más inaccesible de su cuerpo. Me atrevo a decir que estremeció, se detuvo el corazón, los espasmos la invadieron, cruzó las piernas como pudo y hasta mucho después logró volver.
Se arrepintió de todo lo que no pudieron hacer, de todo lo que hicieron mal, de lo que quería pero no haría, de lo que hizo y no quería hacer. Pero se arrepentía a ratos, no de un “jalón”, no mientras lo besaba, en ese momento no había nada más.
En ese momento, cuando sus labios se juntaban y sus lenguas jugaban a seducir, no había nada más. No ruido, no gente, no prejuicios, no obligaciones, no inconvenientes, no apuros, no impedimentos, no reclamos, no malos recuerdos, no arrepentimientos, no planes a futuro, no una vida juntos, ni siquiera el día siguiente, no había nada más que lo que hacían los dos. Arte, una coreografía suave, de algodón. Dulce, tierno, pasional, eterno, sin tiempos establecidos, no saben de reglas, en ese momento podían ser lo que quisieran ser.
Las cosas pudieron haber sido diferentes, sí. Pero no fueron. Aún así, ese día estaban juntos otra vez. Se repetiría?? Ellos tampoco lo saben. Pero puede que yo sí, aunque esa… sería otra historia.
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