... Ese día estabas vestido de amarillo, con esa gabardina parecías un canario brincolin.
Recuerdo que fue muy divertido
verte llegar, te marqué porque yo ya te había visto caminar hacia el encuentro,
pero tu no sabías exactamente dónde estaba yo, así que te di un par de instrucciones
antes y te dije a la distancia que bailaras mientras caminabas para verificar
si eras tú quien venía. Sinceramente creí que no lo harías, pero me
sorprendiste bailando en plena plaza capital entre la gente zombie. Desde donde
estaba lograba ver tu sonrisa enorme y perfecta, siempre me enamoraron tus
dientes ordenados en fila enmarcados por tus labios que aún recuerdo entre los
míos.
Yo estaba esperándote en la
cafetería esa de la esquina, hacía frío y ya era de noche, pero yo no sentía más
que un calor nervioso y constante, tenía años que no sentía eso que llaman “mariposas
en la panza”. Pero esa noche no dejaban de hacer toda una revolución dentro mío
como si quisieran salir haciendo fiesta. Vaya que estaba nerviosa y emocionada.
Y bueno, llegaste. Lograste dar con
las pistas para encontrarme y… pues nada, me levanté para saludarte y te abracé
(y desde entonces no quise soltarte). Recuerdo que sentí la piel de tu mejilla y
pensé que era perfecta, olías bien y tu estilo me parecía único. Y seguías
sonriendo.
Platicamos, bromeamos, nos reímos
mucho. Bueno, al menos yo no dejaba de sonreír e incluso pienso que mi sonrisa
era más bien embobada, no podía controlar ese nerviosismo que se siente cuando
estás tan feliz que se te olvida cerrar la boca o respirar mientras te ríes y
de pronto se te sale “el puerco” (haha, ¿te ha pasado?). De hecho, recuerdo que
llegó el mesero a preguntar qué quería ordenar y simplemente no supe que
contestar y solo hice un sonido tonto y vergonzoso y me reía sin sentido. ¡Qué
bonito “de veras” sentirse y vivir así! ¡Neta, que chulo es sentir que el enamoramiento
simplemente te rebase y que no puedas controlarlo! ¡Qué me importa tener cara de
tonta si es porque la emoción ya no me cabe en el cuerpo!
Curiosamente no recuerdo con
exactitud de qué hablamos, o cuánto duró la conversación. Incluso tengo lagunas
respecto lo que pasó después de eso. Quizás estoy a punto de inventar lo que
vino a continuación, pero sea real o no, a mi me da igual porque se siente como
si ahora mismo estuviese ahí. Recuerdo que terminando me acompañaste a mi coche
(o quizás yo al tuyo), creo que empezaba a llover o quizás llevaba lloviendo un
rato. Nos metimos al coche, seguimos conversando un rato, pero en realidad me
moría de ganas por besarte. Finalmente, lo hicimos, nos besamos y fue
simplemente perfecto.
Fue tan perfecto, que a la semana
siguiente, me escapé a verte e interrumpir tu reunión social, solo para
besuquearte en Coyoacán.
Amo enamorarme, no importa si
durante o después duele. Enamorarse lo vale, sentir esa adrenalina de verle de
nuevo, ese nerviosismo de la primera vez, esas mariposas cada que le ves. Todo lo
vale.
Sí, me enamoré en una semana, una
semana que duró 5 años y medio. Y ha sido de las mejores y más apasionadas historias
de mi vida. GRACIAS VIDA, GRACIAS POR TANTO AMOR, GRACIAS POR TANTA DICHA.
Ahora… ahora toca agradecer por
lo vivido, aprender de lo soltado y continuar esta vida llena de amores y a
veces desamores. Pero, ¿Qué sería de esta vida sin amor?
Ama, ama con toda tu alma, ama con
todo tu ser. Ama y entrégate y vive. Cuida tu ser en el proceso, nunca des por
encima de ti mismo o de los demás. Ama hasta antes de rebasar tu amor propio,
porque cuando estés siquiera cerca siempre será mejor cambiar la ruta aunque te
duela. Ama y sonríe siempre, ¡Sonríe siempre, que tu sonrisa te va tan bien!
...aquí nada más, haciéndome a la idea
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