Se sentía realmente tensa, necesitaba relajarse.
Buscó en la web bajo el tema de massage.
La red (inteligente como solo ella), le sugirió los lugares de masajes y spa más cercanos a su ubicación.
Como es usual en ella, para qué ir tan cerca, cuando puedo disfrutar del camino yendo un poco más allá.
Tomó nota de la ubicación y salió al encuentro del lugar que se anunciaba con: masaje de relación, manos exquisitas y espléndida ambientación. Llegó al lugar, música de sinfonías armonizaban la estancia.
Una vez entrado en la habitación de masajes, se preparó: retiró sus prendas como parte del ritual. Música de violines acompañaban el suceso. Ella llevaba un vestido ligero de algodón, escotado por delante y por detrás, sin mangas, dejando ver sus hombros blancos. Deslizó suavemente los tirantes por encima de sus hombros, y estos resbalaron sin impedimento alguno hasta caer detenidos en su cintura, sus caderas no lo dejaban continuar su camino al suelo. Con un ligero jalón, terminó de deslizar el vestido por completo.
Dejó el vestido colgado en el perchero de la pared y caminó hasta la camilla de masajes. La camilla era suave, incitadora. Se recostó boca abajo y puso de costado el rostro para iniciar, cerró sus ojos.
Una vez adentro, un par de manos sujetaron suavemente su rostro y acompañadas de una voz que creía reconocer le decía: boca abajo, es mejor si estás completamente boca abajo. Giró su rostro haciéndola mirar al suelo y colocándo su cara en el centro del orificio de la cama, respiró profundo y se relajó.
La música no cesaba nunca, nunca se apagó. Un aroma de finales de otoño invadió la habitación, velas encendidas calentaban dulcemente el aire y la iluminación parecía de pronto haber disminuido.
Las manos que antes habían tocado su rostro, ahora untaban aceite resbaladizo entre sus dedos para después tocar suavemente su espalda. Empezó tocando su espalda con los pulgares de sus manos, despacio y sin prisa. Lentamente incorporaba los demás dedos de sus manos, las prominencias de sus palmas e incluso irónicamente, sus huecos también. Manos grandes, firmes, suaves, tan bien definidas que ella aún con los ojos cerrados, fue capaz de dibujar su anatomía en su imaginación. Sutilmente recorrió su espalda completa, parecía contar cada una de sus vértebras, acariciar cada capa muscular, desenredar cada nudo aparecido. Recorrió su espalda, su nuca y estando ahí, acarició suavemente sus orejas también.
También tocaba sus hombros, recorrió sus brazos y pareciera intencionalmente, confundir de modo muy oportuno la espalda baja y el inicio de sus caderas suaves. Al llegar ahí, a ese punto donde la espalda y las caderas se separan por dos ligeros y sugerentes huecos, coquetos como los hoyuelos de la sonrisa de una mujer, se encontró con que la piel no estaba desnuda. La chica había olvidado retirar todas sus prendas...
La voz que sugirió antes permanecer boca abajo, ahora le sugería retirar por completo las piezas de algodón que la cubrían: "de lo contrario, podría estropear sus prendas, además que se perdería la oportunidad de relajar su cuerpo entero", le decía casi susurrando cerca de su oido.
Ella accedió con la simple señal de no poner resistencia a esas manos deslizando sus pantaletas a lo largo de sus piernas suaves y contorneadas.
El masaje se extendió cubriendo su cuerpo completo, ella no podía más que entregarse a esas manos que hacían con su cuerpo toda una sinfonía.
El tiempo perdió medida, hasta que la música terminó.
Sin violines, sin más aroma a otoño, sin más allá que el rezago del calor de las velas consumidas y con una luz que poco a poco recobraba su blanco artificial, ella cayó en cuenta que el momento había terminado.
Apenada, volteó hacia los lados, no había nadie.
Se incorporó desnuda sobre la cama de masajes y buscó la sábana más cercana para cubrir su vulnerabilidad.
De verdad no había nadie. Tomó sus ropas, vistió su cuerpo y antes de salir, las comisuras de su boca cosquilleaban pensando en volver.
... esperando aquí, boca abajo, porque siempre es mejor boca abajo
Comentarios