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Mi madre decía que yo soy hijo del mar, que yo vine con la espuma de las olas y la sal del agua marina. Cuando llegó a vivir aquí lo hizo para dedicarse a ser feliz.
La primera vez que tocó estas playas sintió como si le dijeran: bienvenida a casa, te estába esperando. La última noche aquí antes de partir, hubo eclipse total de luna. La luna estaba redonda y enorme, de un color rojo incendiado y parecía que iba a caer al mar, que bueno que eso no sucedió porque habría prendido la playa entera como si le hubiesen derramado petróleo crudo. El mar estaba tranquilo y brillaba impresionante, las pequeñas olas se estrellaban en la orilla y parecía que traían escarcha plateada y luminosa que terminaba desvaneciéndose en la arena. La orilla de la playa se veía naranja entera, pues la luna si bien no quemó al mar, si iluminaba la arena de una vista espectacular, como si toda ella y su orilla estuvieran bordeadas de velas encendidas al ras de los pies, casi podían verse sus llamas bailar al ritmo de la brisa marina, el canto de las olas estrelladas del mar y el viento salado de Oaxaca.
Mi madre estaba sentada a la orilla de la playa, sus piernas se mojaban al vaivén del mar, jugaba con sus manos en la arena, enterrando sus dedos en ella y después lavándolos en el agua. Parecía una niña jugando a enterrarse en la arena, cuando me acerqué a verla bien, miró mi cara con unos ojos juguetones y me dijo infantilmente: ¿me ayudas a enterrarme?
Mi madre siempre tuvo mucho de niña en su interior.
Después de jugar a cubrirla completa hasta el cuello con arena, se quedó ahí hasta que el agua se llevo poco a poco cada grano de su piel. Se sentó y con la yema de sus dedos acariciaba sus labios, después los lamió, sonrió y con los ojos cerrados respiró profundamente hasta que sus pulmones se saturasen, retuvo la respiración tanto tiempo que creo pasaron al menos un par de minutos, de no ser porque mantenía su postura erguida, habría pensado que estaba desmayada o fuera de sí.
Me acerqué de nuevo (aunque en realidad nunca me fui), abrió los ojos y sonriéndome me toco los labios: ahora lámelos -me dijo. Tomó dos puños de arena, uno con cada mano, y talló mis brazos y piernas desnudos con ella: siente cómo te pica la sal -me decía. Bajó mis párpados con sus dedos arenosos y me pidió que viera con los ojos cerrados el universo entero, que le enseñara a mis oídos a escuchar lo que decía el mar con su espuma, que sacara mi lengua de serpiente para probar la salinidad de casa y la humedad de sus aires aún a kilómetros de distancia para siempre saber como volver, que convirtiera mi nariz en caracol y guardara eternamente en sus espirales los aromas marinos, que hiciera mi piel camaleónica con la arena dorada para poder esconderme en ella cada que necesitara protección.
Mientras lo hacía, viajé a un portal que no logro explicar con claridad, mi nirvana.
Sentí claramente como me abrazó, cálida como solo sus brazos sabían ser, me abrazó cálida, sutil ... y eternamente me abrazó.
Lloré aún con los ojos cerrados pues sabía lo que me esperaba al abrirlos, ella no iba a estar. Se fue con la espuma y la arena y el mar, con la luna enrojecida y la noche incendiada y la sal y la brisa marina. Se fue con la playa y las tardes de soles enormes y los pies descalzos y los caracoles y las conchas y los murmullos del aire cálido de la playa, su playa, su hogar.
Se fue con el mar y en el mar se quedo, el mar la lleva y la trae cada que la quiero ver. Se fue con el mar porque siempre lo amo, siempre estuvo ahí. Mi madre siempre supo de amor.
Se fue con el mar y en el mar se quedo, el mar la lleva y la trae cada que la quiero ver. Se fue con el mar porque siempre lo amo, siempre estuvo ahí. Mi madre siempre supo de amor.
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. ... Kaknab Aal, tu eres el hijo del mar.
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