Parecía dormida.
Su respiración disminuía al paso que su cabeza caía sobre sus hojas.
Recargaba minutos antes su cabeza en su puño cerrado y su codo sobre el pasto aquel, recostada, sin mayor oposicion al peso de su cuerpo.
De pronto no hubo mayor movimiento, ya tendida completamente: como desmayada.
Un viento furtivo le hizo volar el cabello suelto y le rozó los pétalos, enredándose algunos en ellos, era como si la acariciara.
La extraña flor de pétalos rojos inclinó su tallo y recargó su corola sobre el rostro delicado de la chica. La veía triste, la veía lejos de si misma. Una ternura inmensa la inundó.
Algo la preocupaba: casi no respiraba, parecía dormida pero practicamente no se movía. De pronto le dieron ganas de llorar de la idea. Estiró su hoja más larga y aprovechando la cercanía de la mano que sostenía su rostro momentos atrás, tocó su mano suave y tibia aún. La apretó fuerte, como muestra de su amor, de su total disposición a NUNCA dejarla sola, todo mientras lejanas melodías susurraban sus oídos de flor.
Cerró sus ojos de estambres para concentrarse lo suficiente como para escuchar su respiración y con suerte: sus pensamientos.
En ese momento, una nueva conexión abrió despacio, un poco temblando, el puño cerrado de la Niña. Y suavemente entrelazó sus dedos frágiles con las hojas de la Flor y apretó fuerte.
Un nuevo lenguaje aprendieron ambas, el de la comprensión y compañía incondicional.
Y a veces las Niñas, cortan una Flor.
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