Parecía dormida. Su respiración disminuía al paso que su cabeza caía sobre sus hojas. Recargaba minutos antes su cabeza en su puño cerrado y su codo sobre el pasto aquel, recostada, sin mayor oposicion al peso de su cuerpo. De pronto no hubo mayor movimiento, ya tendida completamente: como desmayada. Un viento furtivo le hizo volar el cabello suelto y le rozó los pétalos, enredándose algunos en ellos, era como si la acariciara. La extraña flor de pétalos rojos inclinó su tallo y recargó su corola sobre el rostro delicado de la chica. La veía triste, la veía lejos de si misma. Una ternura inmensa la inundó. Algo la preocupaba: casi no respiraba, parecía dormida pero practicamente no se movía. De pronto le dieron ganas de llorar de la idea. Estiró su hoja más larga y aprovechando la cercanía de la mano que sostenía su rostro momentos atrás, tocó su mano suave y tibia aún. La apretó fuerte, como muestra de su amor, de su total disposición a NUNCA dejarla sola, todo mientras lejanas melodí...